Ni
un paro cardiaco o la cirugía más urgente eran comparables a la
taquicardia que se experimentó aquellos días.
Eran las 7: 00AM de la mañana de un 14 de abril del año 2020
y sabía que ese día de trabajo iba a ser diferente. Un día antes el jefe del
área COVID me había comunicado que tenía que ir al área de la UCI COVID,
presentarme y empezar mis labores allí. Nos habían agregado a un grupo de
whatsapp y no paraba de notificar
mensajes de compañeras con miles de preguntas, tuve la suerte de conocer muchas
personas que en ese momento me direccionaron y apoyaron mucho.
Mientras me dirigía al hospital, miraba las calles, estaban vacías,
habían pocos coches circulando, en cada calle los del ejército, la marina y
policías quienes te pedían los identificadores y la autorización de circular
por las calles, había mucho silencio, ya no se escuchaba las risas, las pláticas,
las bocinas de los autos, todo estaba casi vacío. Recuerdo que al principio Salí
a comprar sin la mascarilla, ya que poco se sabía del invisible y hasta decían
que no era necesario el uso de mascarilla y solo el distanciamiento social.
Nunca imagine vivir una experiencia así.
Recuerdo también que un compañero tuvo su primer turno en la
UCI COVID un día antes que yo, nos comentó por whatsapp toda la crónica que
tuvo que pasar aquel día, yo pasaba saliva cada que leía su mensaje y me decía
a mí misma ¡Dale flaca tu puedes!
Llegue al hospital y los pasillos estaban vacíos, desolados,
claro que nosotras como personal de salud estamos acostumbrados a ver mucho
movimiento de personas entrando y saliendo de los ambientes y de pronto me
encontraba en un ambiente vacío, lleno de cubetas de basura, mucho olor a lejía
y a lo lejos personas con EPPS que parecían astronautas.
Estaba intrigada, asustada, mi cabeza no paraba de pensar
todo lo que mi compi me había contado un día antes, trataba de recordar cada
detalle de los consejos que me dio para no cometer una equivocación y
contagiarme tontamente, hasta tuve ganas de llorar porque sentía mucha
nostalgia, estaba sensible a todo, buscaba la mirada de mamä diciéndome que
todo iba a salir bien.
Llego la hora del reporte y todo era nuevo, nos organizamos
el trabajo, me asignaron a mis pacientes, pues ya había un protocolo de
atención, pero nadie nos había dado capacitación sobre la colocación de los
EPPS ni sobre cómo trabajar con estos pacientes, buscamos información por
cuenta propia y uno que otro colega ya había pasado por su primer día y
preguntábamos y yo lo hacía mucho, preguntaba demasiado, pero trabajábamos con
nuestra profesionalidad y con nuestra mayor o menor experiencia como enfermeros
intensivistas (al menos para mí fue la primera experiencia como enfermera
intensiva) claro que ya había cursado la especialidad, pero no es igual ser
interna de uci que enfermera intensivista de planta, pero diseñamos una buena
tecnología de trabajo, con altos y bajos pero siempre a flote.
Me vestí y mientras lo hacía, recuerdo que al ponerme el EPP
se me venían imágenes que había visto los días anteriores en las noticias de
china y otros países y pensaba “ ya me toco pues” iba con mucho cuidado debido
a mi inexperiencia, fue una sensación claustrofóbica, no quedaba ni un
milímetro de mi cuerpo al descubierto, las gafas, los guantes, el mameluco, el
scrubs, el mandil, las botas internas y externas, los gorros, sentía que el
aire me faltaba, pero ahí no quedo la cosa, les cuento más adelante.

Entré a la habitación de mi primer paciente (Nunca la voy a
olvidar, su nombre lo tengo presente hasta el dia de hoy) era una señora de 63
años, que ingresó por neumonía a causa de COVID19, lo primero que hice al
entrar a la habitación fue mirarla de cabeza a pies ( valoración cefalocaudal
en nuestros términos nosocomiales) me asusté al verla así, invadida con muchos
aparatos, sentí tristeza e imaginé a mamá en esa situación y solo atine a
sacudir la cabeza y continuar, de pronto ingresaba otro paciente con oxígeno,
agitado, desesperado y casi moribundo, las compis gritaban, ingreso, ingreso y
todas corrían hacia el paciente, corrí a verlo y en sus ojos solo había miedo,
pues es comprensible no sabía lo que le iba a pasar y ninguno de nosotros lo sabía
también.
Regrese a mi paciente asignado y de pronto solo bastó hacer
un procedimiento para que dejara de verla, mis gafas protectoras estaban
totalmente empañadas, no veía absolutamente nada, monitorice los parámetros
ventilatorios como pude y de pronto una ansiedad inexplicable se apodero de mí,
me falto el aire, no veía nada, empecé a respirar muy rápido y profundo,
entonces empecé a sentir mareos y fue allí cuando quise quitarme todo lo que tenía
encima, Salí de la habitación casi tocando la pared, me senté en una silla que
había en el pasillo como mandado de DIOS y de pronto me puse a llorar, ni
siquiera pude limpiarme las lágrimas, de pronto una compañera se acercó a mí y
me ayudo a calmar la ansiedad, y con sus palabras y con respiraciones pausadas
poco a poco me fui calmando.
Aquel día pude continuar y brindar los cuidados necesarios a
mi paciente, me tocó despronar, lo cual fue nuevo para mí, pero mis compis me
ayudaron bastante. Aquel día tuvimos 3 ingresos, dos pronaciones, una
supinación y un paciente que se extuvo, fue el primer turno más jodido que tuve
en mi primer día como enfermera intensivista de planta en el área de UCI COVID. Quiero pensar que esta
locura de Enfermedad nos ha unido más a los profesionales porque hemos sabido
trabajar a pesar de las barreras, de la falta de recursos y de información,
porque para nosotros el paciente es lo primero y el miedo desaparece cuando
vemos que estamos ayudando a alguien que nos necesita.